Mil peligros abras de cruzar, pero sabe que al fin llegaras,
A un lugar de solaz e imperecedero bienestar.
La tempestad cega sin saber que rumbo tomar,
Polvo torbellino ruge sin cesar,
En obligado pose al creador has de rogar,
Que increpe a los vientos,
Que halla bonanza, que venga la paz
De los cielos se escucha una voz, ¿Qué tienes?
Tengo nada, casi ni aliento ni esperanza,
Es el clamor de muchos confundidos,
Desforzados, errantes que trasiegan por este mundo.
En el paramo eterno se plasma una figura,
¡Dios mío, porque me has abandonado! Tengo sed,
Emanan las palabras de una cruz que se yergue ensangrentada,
De aquel que es amigo tuyo y mío.
Son las mismas palabras de tantos y tantos,
Que trajinan por este yermo erosionado;
Pero yo el herido, el experimentado en quebranto,
Se de tus anhelos y tus desventuras,
De tu soledad y tus amarguras.
Mirad a mí y sed salvos todos los términos de la tierra,
Porque yo soy Dios y no hay mas.
Autor Jaime Rodríguez
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