Jaime Rodríguez Chacón | Jueves 05 Abril 2018 | 00:01 hrs
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El mensaje estaba oculto, codificado, en la ruidosa algarabía del trinar de las aves, que alegres se posan en las verdosas y robustas ramas de añejos pinos, testigos mudos de incontables historias. ¿Qué es lo medular, importante o trascendente?
Y de pronto ahí estaba el recuerdo: La casa de barro como sus moradores, que como un jarrón viejo de húmeda arcilla, guarda oculto bajo tierra, un invaluable tesoro, codiciado por muchos, y menospreciado por otros.
Sus vetustas paredes cuentan historias conmovedoras del amor fraterno, de los que vienen y los que se van, que han traspasado el dintel de sus puertas, y tomado caminos tan desconocidos como lejanos y extraños.
¿Hasta dónde habrían de llegar tan lejanas y raras veredas? Llegó el momento decisivo al partir, y con el viaje también se parte el alma, comienza una nueva historia y queda atrás el pasado, como el ave que abandona su nido en busca de nuevos horizontes, sepultando su historia en el viejo baúl polvoso del olvido.
¿Qué son estos nuevos tesoros que has forjado en lejanas tierras? ¿De dónde obtuviste la fuerza, cuáles son tus raíces, cuál tu legado, tu tesoro? ¿No es acaso tu pasado de donde te apoyas, lo que es tu cimiento y tu fuerza de donde has obtenido lo que hoy eres?
Reflexiona, medita y tendrás un punto de referencia, una brújula, y no te pierdas en el desierto del materialismo, en cuyas traicioneras dunas han quedado sepultados muchos; mira las sociables aves que en parvadas surcan inmensos continentes que aunque frágiles y sencillas su fuerza radica en la unidad.
El hombre que es barro y habita en casas hechas de lodo, con diversidad de formas: De cantería cual palacios de reyes, modestas y precarias, pero todas adornadas porque guardan celosamente un tesoro. El humano mismo es su casa o su cárcel.
Cuando lo vi en un sueño, ahí en medio de lo que fue una modesta choza de adobes, la cual se había derrumbado, y quedaba solo el terreno limpio y llano, que simboliza el espíritu humano, sorprendido dije: ¿qué hace? Me respondió: Me saqué la lotería y vamos a construir una morada nueva.
Después que lo busqué y no estaba, se apoderó de mí un sentimiento extraño, mezcla de tristeza, lejanía y soledad, fue entonces que surcaron por mi mente las palabras Paulinas: Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos.
Su cuerpo era esa casa vieja y frágil, ya que por años había afrontado con arrojo y valor a la madre de todas las enfermedades -la diabetes- una historia de vida, ícono de millones de almas sufrientes y esperanzadas que atraviesan el árido desierto de la vida.
Estaba alistado en la guerra sin cuartel contra formidable enemigo, al que todos los mortales sucumben tarde que temprano: ricos, pobres, sabios e indoctos; la implacable guerra era diaria, sin tregua, hasta que llegó el día que apareció la carroza fúnebre y se llevo su lacerado y agotado cuerpo.
Entonces fui llevado por el polvoriento y solitario camino, para acompañar a los que se fueron de donde no volverán y, nos recuerdan con elocuente mensaje el sombrío valle que todos habremos de atravesar. Y aún ahí, la pregunta seguía flotando en el aire: ¿Qué es lo esencial, importante o trascendente?
Pues, entre las frías lápidas hay corazones adoloridos, y también zopilotes carroñeros en espera del botín, testamento, o último deseo del infeliz, porque:” el muerto al pozo y el vivo al gozo”; pero, el que se fue, sin reservas les deja su legado, la fuerza de sus lomos, ya que a la frontera donde él va, el dinero y los bienes no son aceptados como valor de cambio.
Porque él, como otros tantos que se fueron, tenían su visado, las maltas hechas, su boleto pagado, y todo en orden, para emigrar a una nueva patria, porque se consideraban como extranjeros y peregrinos en el mundo.
No atravesarían en solitario el oscuro valle de sombra y de muerte, sino bien acompañados por quien había prometido: Hoy estarás conmigo en el paraíso; sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.
Si el grano de trigo no fuera sepultado en la húmeda y oscura tierra solo se quedaría, pero al descomponerse ahí, germina y produce mucho fruto; así Jesús: Murió, fue sepultado, y resucitó para nuestra justificación. Para que todo aquel que en él cree, no se pierda mas, tenga vida eterna.
Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque este muerto, vivirá.