Llevando en raudo vuelo
La ilusión, la hermosura y la esperanza.
El grato afán, y el incansable anhelo:
Vicente Wenceslao Querol.
No pude ser
el padre que anhelabas bueno y santo,
Sino humano, plagado de defectos. No en balde iré
hacia el muertero,
¡Porque al
partir te dejaré mi verso!
¡No dejes me
vaya para siempre, sin antes decirte que te quiero!:
El árbol
llora, sus hojas secas, amarillentas, huérfanas,
en vaivén ruidoso de hojarascas muertas, al vals
del viento.
Acabó la
primavera, ya es otoño, vendrá el invierno y sus canas,
Sus ramas no
más verdean, pues llegó el tiempo del decaimiento.
Papá, no es
más el héroe que solía ser; el tiempo la factura cobra,
es aburrido, está arrugado y vetusto; no
encaja en el tiempo postmoderno.
Cual hojas
caídas y amarillentas que otrora dieran frondosa sombra,
¡Todo por
servir acaba! feneció la primavera y precedió el invierno.
El otoño es
el adiós, cuando se cae la hoja del añoso tronco,
y llega la
época de arrugadas y temblorosas manos, de soledad y olvido,
de inertes
neuronas que no atinan a evocar el borroso y lejano recuerdo,
perdido en
la niebla del pasado; y rumiando el tiempo que se ha escurrido.
Como
apariciones de extraños que regresan de su tumba,
viento recio
nos arrastró a tierra extraña de la desmemoria,
donde
habitan seres nebulosos emanados de ultratumba,
para los que
una sociedad ultra moderna ha sepultado su historia.
Arribamos a
tierra lóbrega, agreste, y de sombra de muerte.
Habitación de la serpiente y del búho de las soledades.
Isla extraña
a que fuimos llevados por el viento, y dimos en la sirte.
Y, el viento
es tiempo implacable que desgasta las edades.
Hojarascas
vanas, llevadas inermes al caprichoso intento,
de tierra de los zombis, cuyos dolores y afrenta
son sólo preludios:
El valle de
los muertos, sociedad de consumo, cuasi atea; en destruimiento;
Irreverente
a la vida y la muerte, perdida, sin normas, sin rumbo, sin Dios.
¡Triste orfandad
enfrentan los viejos, después de tanto servir!
Navegantes
en el mar del hambre; ¡guerreros de
tristeza y soledad!
Estos
ofrendaron su vida porque otros pudieran vivir.
Parias,
mendigos, desharrapados, hambrientos del amor. ¡Ponderad!
Autor: Jaime
Rodríguez Chacón.
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