Las sombras del día sexto
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Aquel viernes transcurría como cualquiera: Jolgorio, risotadas, desplantes explosivos de efervescencia inusitada: era la “hora feliz”; en su infancia, su madre, soltera y drogadicta, no le había provisto suficiente alimento, la consecuencia un esquelético y desnutrido cuerpecillo, pero a cambio, calmaba el llanto y hambre con droga.
Entre la algarabía de aquel reventón: Amigos, droga, licor barato y pasiones vergonzosas, era el lugar que frecuentaban las almas sedientas de sueños ilusorios, que al despertar a la realidad, cual beduinos sedientos del desierto, frustrados, regresan de las cisternas rotas de la vaciedad, cargando en hombros sus resecos y vacíos cántaros. Algunos ahí, por sobredosis, quebraron el cántaro de su humanidad corporal y, cual oruga mutada en mariposa, volaron a la eternidad.
Mirad, ahí está el protagonista de la historia, el hombre fuerte, tú sabes, el sabelotodo, el envalentonado, como muchos, aquel que dice no temer a la muerte, porque afirma y está seguro que no hay nada más allá; de pronto su mundo se derrumba, las fuerzas se extinguen y un sentimiento de vaciedad, profunda tristeza y soledad, impregna aquel ambiente, que momentos antes era la chispa de la vida; su más cercano amigo le da la noticia: Su madre y hermanos acababan de ser muertos por los rivales.
Era el principio de la orfandad, como escribió un amante de la poesía: De pie, desamparado, sobre el largo e inexpugnable camino, con su mirada fija en lontananza le asaltaban recurrentes temores, ¿qué le esperaba en el futuro? El más largo camino comienza por un paso, se hace camino al andar, hay que darle” p’a delante”, o como decían sus antepasados: hay que darle a la vida como venga, porque da muchas vueltas. Hay que aligerar la nave si por mar, o por tierra; perdonar es vital, porque los rencores enferman y son pesadas cargas para el alma.
El camino que había elegido en la encrucijada, era una atajo escabroso que aguarda a sus huéspedes con agudos espinos cactáceos, serpientes ardientes, escorpiones y peligros mil; sin embargo, emprendió decidido el largo y tortuoso viaje, a la tierra de las sombras, lóbrega y solitaria, habitación de la serpiente, el búho de la soledad y el buitre; si hubiese preconcebido tan finos anfitriones, seguro se acobardaría.
El seto de espinos que atravesaba, era la antigua senda de Barrabás, compinche de dos sediciosos muertos al lado de Jesús: salteadores, homicidas y violadores que recibían la retribución debido a su extravío.
Y lo alcanzó la realidad: Le había mordido la serpiente, su esquelético cuerpo estaba “vestido de gusanos y de costras” y haciendo frontera con el valle de la sombra y de la muerte; desorientado, había sido llevado al rey de los espantos y probado la saliva del diablo; sudoroso y temblando, aullaba: ¡Tengo sed! ¡Dios ayúdame! Había perdido toda esperanza; sin embargo, un forastero que pasaba por allí, lo carga en hombros, mitiga su sed, le da alojamiento, cura sus heridas.
Todo esto transcurrió un viernes. El día de la humanidad, en el cual el mundo del hombre se cae en pedazos, siempre es un viernes negro.
Las seis horas agonizantes más oscuras de la historia, son los dolores de la muerte del Dios-hombre en la cruz y, representan los momentos más difíciles de la humanidad, cuando cae la desgracia repentina, sin previo aviso, sobre el humano; Jesús estuvo en tinieblas, que significa: El dolor, el sufrimiento, la ansiedad, emociones negativas, para saber de primera mano, lo que siente el humano en los momentos más aciagos de la vida, y así, acompañarlo por el camino de la aflicción. El fue contado con los malhechores para salvarlos.
Tengo sed; ¿por qué me has abandonado? Son gritos de soledad; la humanidad clama, gime, llora; gritos de soledad: puedes oírlos, en el teléfono silencioso, en el cumpleaños olvidado, en los orfanatos, en el pabellón del cáncer, entre los parias que pernoctan entre las frías calles de la gran urbe, seres invisibles para todos.
Las palabras que emitió Jesús desde la cruz, son las mismas de tantos sufrientes, dolientes, que se arrastran por el mundo; aquel que estuvo una vez sólo en la cruz, puede llenar el vacío de la soledad; el que dijo desde la cruz: “tengo sed” también ha dicho: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. El que estuvo en tinieblas ha dicho: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
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